Perdido en mitad del macizo selvático del extremo norte de Okinawa (aunque la carretera no es mala, y tampoco se tarda tanto en llegar a la costa), se encuentra este pequeño hotel, con aspecto colonial suelo de madera y muebles tallados. Parecería un pabellón de caza o un palacete virreinal de otra época.
Muy limpio y con todas las comodidades, permite sentir la selva con solo abrir el balcón o contemplar un nutrido manto de estrellas...
Personal amable y muy util. La media pensión te garantiza una suculenta cena, ya que otros restaurantes quedan a distancias menos prácticas.